Una vez
elegí una cueva,
las garras
no asechaban,
aunque recordando
noches eternas,
las horas traicionaban.
La dinámica
durmió en mis piernas,
alejando sentidos,
aislando batallas
en una culpa ajena,
con una huella marchita
indagada sin pausa,
que derramaba violencia
sobre gotas de nostalgia.
Donde la música jamás
se limitó
y la huida siempre espero
bailar en la sombra,
con miedo a morir,
consumida y helada.
Mientras lo desconocido
supuraba por los bordes,
invitando al abismo
proponiendo calma.
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