jueves, 27 de junio de 2013

Carta a un amor perdido.

No creas que me he olvidado de ti, que te arranqué como a una raíz seca, que exprimi hasta la última gota de pensamiento, que ya no existes más en mi vida.
Hay un momento para todo y se con certeza, que los momentos de cada uno son diferentes.
El duelo y la aceptación lo son también.
No creas que soy un fantasma que ha desaparecido. Solo he visto conveniente resolver esto así. Llega un momento en que le damos tantas vueltas a las cosas, que difícilmente podemos diferenciar una realidad entre ellas.
Quiero decir con esto, que no tiene mucho sentido ahogarse en una muerte, que no sirve castigarse con un pasado, con preguntas sin respuestas, que no es sano desvariar entre lo que es y lo que debería haber sido. Que una sonrisa no implica una felicidad absoluta, aunque deberíamos ser felices de alguna forma. Por sobre todas las cosas, las palabras a veces juegan con una realidad que no es.
Es importante restablecer el orden, dejar de vivir un aire que no es el nuestro. Es momento de asentar los pies en la tierra, aún hay una vida esperando por nosotros y esa vida nos quiere por completo, no a uno en el pensamiento del otro.
La felicidad, junto a la armonía, debe nacer desde uno mismo, no esperando a una persona para que nos la de.
Puede ser que me sientas debajo de tu piel, que tus noches sean una eterna agonía y tus días, solo una continuidad del anterior. Bajo ese sentido nos volvemos obsoletos, grises y pálidos.
Nos olvidamos que podemos encontrar la felicidad en otras cosas, por otras causas.
Cada situación es un aprendizaje, una experiencia. Lo importante es volver a renacer. Encontrarnos en el camino de la fe, volver a creer. No vinimos para estar solos en esta vida, solo que a veces sucede que no elegimos a la persona correcta, o vemos en una persona algo que simplemente no esperábamos. Eso es signo claro de que no estaba destinado a estar en nuestras vidas.
Nunca hay que arrepentirse de lo vivido, ni recordarlo con rencor. Tenemos que quedarnos con las cosas buenas, sonreír porque fue hermoso que haya pasado por nuestra vida y seguir adelante. Logró su cometido, nos enseñó lo que nos faltaba aprender.
Es así como valdría la pena todo ese recuerdo, sin dolor, sin rencor, sin odio. Aceptando que la vida lo trajo, porque algo tenía que enseñarnos y que seguro no olvidaremos. Teniendo la certeza también, con toda la tranquilidad, de que si no pudo quedarse, es porque no estaba destinado a ser.

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