viernes, 14 de junio de 2013

El beso

Desperté aquella mañana, después de una noche agitada, aún si saber si era real o un sueño. La marca en el brazo seguía ahí. Pero lo más inquietante estaba a punto de suceder.
A mi lado, estaba ella, dormida profundamente con una perfección deslumbrante. Su brazo estaba marcado también.
¿Quién era? ¿Qué hacía ahí en mi cama? ¿Era real? No me atrevía a tocarla. Tenía miedo a su despertar y que esa ilusión mágica finalizara.
Celestialmente dibujada, cual obra de arte, reposaba en mi cama con la tranquilidad absoluta como quien acaricia la gloria. Me magnetizaba su perfume, su piel blanca, pura, suave. Sus labios rojizos hicieron de mí una incomodidad aberrante, necesidad innata que grita liberación.
Sin poder contenerme, me acerqué a ella. Sus ojos se abrieron,  penetrándome en las ganas, deseo remitido en el tiempo, de amores prohibidos, de amores eternos. Y dijo:
-No te asustes, no te vayas. Su voz, suave y armoniosa, me dejo perpleja, inmóvil.
-¿Qué está pasando? Apenas me atreví a preguntar. Entonces explicó:
-Me has liberado del sueño, estuve atrapada por décadas. 
-¿Ha sido un sueño? Dije.
-Tu antepasado era  guerrera de las fuerzas oscuras. Combatimos juntas, todo tipo de demonios, durante interminables confrontaciones. Un día, un hechicero, en venganza por la muerte de su esposa, me condenó accidentalmente en el mundo de los perennes sueños. Y tú, tu antepasado dedicó décadas buscando, sin respuestas, la forma de redimirme a la vida. Nunca me alejé, te seguí desde los sueños; lloraba en tus lágrimas; te abrazaba en esa cruda espera. Siglos pasaron de intentos equívocos; tus brazos cedieron  la lucha, los mares siguieron su rumbo, el viento desgastó las piedras y la tierra se encargó de llevarte a la parte más oscura y siniestra, desvaneciéndote en aquel lugar, alejada y adormecida en el llanto de una espera que se perdió en la pena.
Decidí ir a tu encuentro, construí miles de muros en tu falta. Derroté en el camino de los sueños miles de hechiceros, en venganza de nuestra desalmada separación. Por las noches viajaba en sueños perturbados, solo para disfrazar el motivo de la carencia. Años pasaron y en miles de estaciones, finalmente encontré la solución. Tenía que ubicarte en la reencarnación, meterme en tus sueños, despertarte en la memoria. Esperé el momento preciso, acomodé los recuerdos, las batallas, las guerras, las victorias, mi alma, tu alma… nuestra corona.
-¿Por eso todos esos sueños recurrentes donde te buscaba, sin conocerte, en aquel bosque? Le pregunté.
-Fue ahí la última vez juntas, la marca que debía retomar el vínculo, la unión, la sangre y el poder.
-Muy bien, lo hiciste. Le dije -¿Ahora qué sigue?
Y ella respondió, mientras se acercó, cual enamorada retomaba el camino en su vida después de una larga espera:
La consagración. Cierra los ojos, no temas.
Los cerré y se acercó a mí poniendo su mano en mi pecho y la otra acariciando mi mejilla. La sentía tan cerca  que podía rozarme desde dentro. Su respiración resbalaba por mi nariz. Apoyó su frente en la mía. Su mano, que acariciaba mi mejilla, bajó suavemente hacia mi cuello, mi hombro, continuó por el brazo hasta llegar, como en cálida melodía, a mi mano. Sin dudar, la tomé; energía viva corría por nuestras venas, con la frescura de miles de olas transformando y renovando todo. Sentía flotar en el aire. El viento, de alguna manera, despeinaba mi cabello. Me tomó por la cintura, acariciando mi espalda. Mi cuerpo revolucionado, lleno de energía, con la sangre corriendo a toda velocidad por mis venas, reaccionó y emocionada la abracé.
Abre los ojos lentamente- me dijo. No fui capaz de entender lo que pasaba al vernos, nuestros cuerpos brillaban, un color blanco irradiaba desde nuestros corazones, cegándonos. Estábamos en el aire rodeadas de estrellas que alegres, parecían mirarnos.  Por detrás la luna y ella que sonreía, mientras a modo de gracia, tratando de esquivar el vértigo de la altura, al ver mis pies en el aire, le dije: ¿No me vas a soltar ahora verdad?
Y ella respondió: Jamás lo haré.

Sin más, sus labios sellaron junto a los míos en un beso, aquella eterna promesa recuperada en los perdidos tiempos del olvido.

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