Desperté aquella mañana, después de una noche agitada, aún si
saber si era real o un sueño. La marca en el brazo seguía ahí. Pero lo más inquietante
estaba a punto de suceder.
A mi lado, estaba ella, dormida profundamente con una perfección
deslumbrante. Su brazo estaba marcado también.
¿Quién era? ¿Qué hacía ahí en mi cama? ¿Era real? No me
atrevía a tocarla. Tenía miedo a su despertar y que esa ilusión mágica finalizara.
Celestialmente dibujada, cual obra de arte, reposaba en mi
cama con la tranquilidad absoluta como quien acaricia la gloria. Me magnetizaba
su perfume, su piel blanca, pura, suave. Sus labios rojizos hicieron de mí una
incomodidad aberrante, necesidad innata que grita liberación.
Sin poder contenerme, me acerqué a ella. Sus ojos se
abrieron, penetrándome en las ganas,
deseo remitido en el tiempo, de amores prohibidos, de amores eternos. Y dijo:
-No te asustes, no te vayas. Su voz, suave y armoniosa, me
dejo perpleja, inmóvil.
-¿Qué está pasando? Apenas me atreví a preguntar. Entonces explicó:
-Me has liberado del sueño, estuve atrapada por décadas.
-¿Ha sido un sueño? Dije.
-Tu antepasado era
guerrera de las fuerzas oscuras. Combatimos juntas, todo tipo de
demonios, durante interminables confrontaciones. Un día, un hechicero, en
venganza por la muerte de su esposa, me condenó accidentalmente en el mundo de
los perennes sueños. Y tú, tu antepasado dedicó décadas buscando, sin
respuestas, la forma de redimirme a la vida. Nunca me alejé, te seguí desde los
sueños; lloraba en tus lágrimas; te abrazaba en esa cruda espera. Siglos pasaron
de intentos equívocos; tus brazos cedieron la lucha, los mares siguieron su rumbo, el
viento desgastó las piedras y la tierra se encargó de llevarte a la parte más
oscura y siniestra, desvaneciéndote en aquel lugar, alejada y adormecida en el
llanto de una espera que se perdió en la pena.
Decidí ir a tu encuentro, construí miles de muros en tu
falta. Derroté en el camino de los sueños miles de hechiceros, en venganza de
nuestra desalmada separación. Por las noches viajaba en sueños perturbados,
solo para disfrazar el motivo de la carencia. Años pasaron y en miles de
estaciones, finalmente encontré la solución. Tenía que ubicarte en la
reencarnación, meterme en tus sueños, despertarte en la memoria. Esperé el
momento preciso, acomodé los recuerdos, las batallas, las guerras, las victorias,
mi alma, tu alma… nuestra corona.
-¿Por eso todos esos sueños recurrentes donde te buscaba,
sin conocerte, en aquel bosque? Le pregunté.
-Fue ahí la última vez juntas, la marca que debía retomar el
vínculo, la unión, la sangre y el poder.
-Muy bien, lo hiciste. Le dije -¿Ahora qué sigue?
Y ella respondió, mientras se acercó, cual enamorada retomaba
el camino en su vida después de una larga espera:
La consagración. Cierra los ojos, no temas.
Los cerré y se acercó a mí poniendo su mano en mi pecho y la
otra acariciando mi mejilla. La sentía tan cerca que podía rozarme desde dentro. Su respiración
resbalaba por mi nariz. Apoyó su frente en la mía. Su mano, que acariciaba mi
mejilla, bajó suavemente hacia mi cuello, mi hombro, continuó por el brazo hasta
llegar, como en cálida melodía, a mi mano. Sin dudar, la tomé; energía viva corría
por nuestras venas, con la frescura de miles de olas transformando y renovando
todo. Sentía flotar en el aire. El viento, de alguna manera, despeinaba mi
cabello. Me tomó por la cintura, acariciando mi espalda. Mi cuerpo revolucionado,
lleno de energía, con la sangre corriendo a toda velocidad por mis venas,
reaccionó y emocionada la abracé.
Abre los ojos lentamente- me dijo. No fui capaz de entender
lo que pasaba al vernos, nuestros cuerpos brillaban, un color blanco irradiaba
desde nuestros corazones, cegándonos. Estábamos en el aire rodeadas de
estrellas que alegres, parecían mirarnos. Por detrás la luna y ella que sonreía, mientras
a modo de gracia, tratando de esquivar el vértigo de la altura, al ver mis pies
en el aire, le dije: ¿No me vas a soltar ahora verdad?
Y ella respondió: Jamás lo haré.
Sin más, sus labios sellaron junto a los míos en un beso,
aquella eterna promesa recuperada en los perdidos tiempos del olvido.
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