Terminó la música, cada una se dirigía a su casa. Ella sin embargo, después de tanta charla y risas, se animó a preguntarme:
-¿Te invito una taza de café en mi casa? ¿Qué dices? Aún no tengo sueño y sería una pena derrochar este momento sola.
Se podía notar que buscaba una justificación para que tal invitación no cayera en compromiso.
Mi respuesta, también justificada fue la siguiente:
-Si, ¿por qué no? Tampoco tengo sueño. Me gusta la idea, vamos!
Las demás nos vieron salir juntas. Pronto iba a ser tema de charla, al menos por una semana.
Llegando a destino me dice:
Perdón por el desorden, hoy llegué de trabajar y así como llegué, volví a salir.
No te preocupes, seguramente está más acomodado que el mío - aseguré en tono de gracia.
Entramos y ahí mismo puso a hervir agua. Podía notar nervios en la forma de moverse o hablar. Indudablemente, no era de las que charlaban todos los fin de semana por una taza de café.
Acto seguido y para inducir a la charla le pregunté si podía fumar dentro de su casa.
Ella respondió rápidamente si, que no había problemas, porque lo hacía también. De hecho se apresuró y me ofreció uno de sus cigarrillos.
Le expliqué mi paranoia con ellos, que solo fumo de una sola marca, los demás se me hacen molestos al gusto.
Sonriendo pensando quizás que cada quien con su tema, me dijo:
-A mi no me molesta fumar otras marcas, de hecho me da lo mismo cualquiera.
-Muy bien, tenes de los míos durante este café, si llegan a agotarse los tuyos -Le dije.
-Gracias, sos muy amable, pero como viciosa vieja, siempre tengo más de una cajetilla para estas situaciones.
-¿Qué situaciones? Pregunté con sonrisa pícara, como queriendo provocarle una incomodidad.
Por supuesto que a propósito, es interesante ver cómo actúan bajo esas circunstancias, o como se delatan.
-Esto, el café y mucha charla.
Sin duda, tuvo una excelente respuesta.
Sentada en la mesa redonda, fumando un cigarrillo, la observaba lentamente, mientras ella parada al lado de la mesada, esperando que el agua hirviera, me contaba sobre algo de su familia, que lamento no haber podido prestar atención, porque en realidad mi atención estaba en ella, sus gestos al hablar, su sonrisa y la mirada que me hacía perderme del sentido de las palabras.
Entre cigarrillo y charla, pronto nos encontrábamos sentadas en la mesa, tomando el café.
Creo, con toda seguridad, que la preocupación no era estar pasando una hermosa noche con una charla fluida, de esas que son fantásticas, con risas y todo. Sino, cuánto duraría el café y el correr de las horas, asesinas del tiempo.
Casi como milagro, se escuchó un trueno y las dos miramos al mismo tiempo hacia la ventana. Nos levantamos, fuimos hacia ella.
La abrió y me dijo: -Me parece que se viene la lluvia y cuando pasa así, los taxis simplemente desaparecen.
Mira -le dije, caen gotas ya.
-Oh, ahora si que va a ser todo un tema que puedas volver a tu casa.
-¿Cuál es el apuro?¿Te bajó sueño o ya te aburri con mis palabras? Por supuesto que se lo dije a modo de gracia y ella respondió, mirándome fijo a los ojos y en tono serio: -Para nada, estoy disfrutando de este momento, como hacía años que no lo hacía. Me gusta hablar con vos, porque siento que comprendes cada cosa que digo y el porqué también.
-¿Sabes qué? Me pasa lo mismo. Respondi.
De repente, la lluvia se convirtió en diluvio y nos obligó a cerrar la ventana.
Seguimos con la charla por lo menos una hora y media más.
La madrugada empezaba a tornar en claros oscuro la cuidad, la claridad también hizo lo suyo en la casa, marcando cada detalle en más sólido.
La lluvia incesante, nos daba la gracia de una noche que parecía no querer terminar.
Te propongo algo, me dijo, deberíamos dormir un poco, al menos hasta que pare la lluvia y puedas ir a tu casa, pero tranquila, tu duerme en mi cama, yo dormiré en el sofá.
Mientras me lo decía, parte de mi pensaba en lo maravillosa y correcta que era su persona y la otra parte rogaba por la no existencia de ese sofá. No suelo ser de las que apuran las cosas, ni de las que sólo buscan eso. Pero había algo en ella, que no me hacía dudar. Tenía un brillo especial, su sonrisa era la gloria y a simple vista, no parecía de las que se aprovechan de una noche.
Me parece buena idea, le respondí, tranquilizando a mi mente de pensamientos libidinosos.
Creo que a más de una le debe estallar la cabeza, cuando se está con alguien que le llama la atencion, solas y ella mencione la palabra cama.
Fuimos hacia su pieza, me indicó cada detalle en ella, solo para asegurarme que me sintiera a gusto.
Antes de irse, corrió la cortina de la ventana, diciendome que cuando hay sol, si es que llega a pasar esta tormenta, entra mucha claridad y es imposible dormir.
Le agradeci por el gesto.
Y antes de salir por la puerta le pregunté:
-¿Seguro que podrás dormir cómoda en el sofá? Si quieres cambiamos.
A lo que ella respondió:
- Cómoda no estaré, después de esta increíble noche, de haberte escuchado, de verte reír, sabiendo que duermes en mi cama y yo tan alejada a ti.
Su respuesta anuló todos mis sentidos, no la esperaba, no habían palabras que explicaran esa sensación de haberme tocado el alma con un abrazo certero. Atiné sólo a reaccionar, me acerqué a ella y justo antes de besarla le dije:
-Vos sos increíble.
No hay comentarios:
Publicar un comentario